miércoles, 17 de enero de 2007

Vuelos oníricos

Desde que El Poncho tiene memoria, su sueño más recurrente es que tiene la capacidad de volar.
No "volar" periodísticamente, lo cual seguramente ya hizo en alguna ocasión, sino la referida a la virtud de mezclarse con las nubes, acercarse a las estrellas, ver al mundo desde arriba, chiquitito.
Volar, pero volar bien, tal y como lo hace Superman.
Lo doloroso, y en algunos capítulos gracioso, es que de niño le costó mucho trabajo darse cuenta que esa era sólo una virtud onírica.
Cuando lo intentó a plena luz del día, su madre lo alejó de las azoteas; y cuando se escapaba al ojo vigilante, se dio una docena de sendos golpes desde el descanso de una escalera al piso.
La tarde cuando comprendió que no podía volar, se entristeció mucho, casi tanto como en la ocasión en que le dijeron cuando un niño deja de creer en las hadas, el hada de ese niño muere al instante.
Sin embargo, en las noches nada-ni-nadie le ha impedido volar.
De día.
De noche.
De madrugada.
En el crepúsculo...
Y al amanecer.
Con lluvia.
Con nieve.
Con frío.
Con calor.
Al África.
Al círculo polar ártico.
Volar riendo...
Llorando.
Contento.
Triste.
Por amor
Por tristeza.
Vestido.
Desnudo.
Sólo...
Y acompañado.
Aunque el peso de la realidad le niega toda lógica explicación a su obsesión, El Poncho asegura que guarda como prueba de sus vuelos un pedacito de nube en su gabeta.
Por eso a veces llueve en su recámara.

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