martes, 30 de octubre de 2007

Panchito


A Panchito, una mascota, un amigo.

(Texto sujeto a renovaciòn permanente. Cuando la gabeta con memorias vuelva a abrirse, se añadirà un nuevo recuerdo)

Llegó a la existencia de El Poncho mucho antes de siquiera haber nacido.
En aquellas tardes infantiles de olor a césped y baños de sol, El Poncho imaginó al que sería el unicornio azul de su universo. Su mascota iba a llamarse Pancho.
Pero, Pancho debía tener características muy singulares. Debía, primero que todo, ser un perro de raza chihuahueño. Tendría que poseer los ojos obscuros, como capulines, y debería, por sobre todo, estar programado para ser un acompañante de momentos inolvidables.

El Poncho creció. La niñez y la adolescencia se le fueron, pero nunca el sueño por que llegara Pancho.

Fue como regalo de sus 19 años que una mañana de noviembre El Poncho recibió a su tan añorada mascota.

En la memoria de El Poncho está fresco el momento en que Pancho alzó las orejas y lo miró.


El Poncho se vio reflejado en los ojos del cachorro y se enamoró para siempre de sus pùpilas negras (sí, como capulines), el pelaje golondrino y las dos cejitas cafés que le hacían parecer un doberman en tamaño micro.

Pancho fungió con cabalidad la misión de ser la mascota de un héroe como lo es El Poncho.

Sus superpoderes le hicieron legendario para los que convivieron con él. Poseía un super olfato, capaz de detectar a cientos de kilómetros de distancia el momento en que se preparaba un buen trozo de bistek en la cocina.

Tenía una super potente garganta, por la cual emitía ladridos tan agudos, que nunca se le negaba la exigencia de salir a caminar a la calle.

Pero, por sobre todos, tenía el poder de que la gente, con sólo verlo, quedara enamorada de él.

Pancho era una mascota con personalidad propia. Tal vez nunca tuvo la consciencia de que no era humano.

Se sabía adorable, por lo que se dejaba consentir, pero sólo de las personas en que confiaba, y cuando se sentía con ganas de que lo piropearan, movía la cola, hacía una mueca que asemejaba una sonrisa y se arrastrababa pecho tierra, para así hacer caer ante su encanto a los que lo vieran.

El Poncho y Pancho vivieron instantes increíbles. Fueron compañeros de vuelos intergalácticos en las tardes de correr y correr en el parque.
Viajaban juntos sin necesidad de rebasar el marco de la ventana, con la música de Pavarotti por inspiración.

Pancho se adelantó en el viaje sin regreso a una galaxia lejana a El Poncho.
Durante los años que estuvieron juntos cumplió a cabalidad su misión en este mundo.
Fue confidente de secretos.
Fue cómplice de travesuras.
Fue un cuerpo tibio que acompañaba las siestas de la tarde.
Fue el amigo que daba la bienvenida a casa con más alegría que nadie.
Fue el unicornio azul que nunca se perdió.

Al contrario, sólo se fue de avanzada al último de los destinos y ahora espera sentadito, e igual de adorable, a que El Poncho lo alcance, para que juntos crucen el río de las almas y lleguen a la orilla de la inmortalidad...




1 comentario:

McCoy dijo...

que panchito investigue todo el movimiento allá, para que cuando lleguemos, sepamos que hacer...