sábado, 24 de mayo de 2008

De Harry y Sally


(El Poncho reitera: los textos en primera persona pudieran ser o no, producto de su imaginaciòn)



No podría haberse escrito un mejor guión. Te apareciste de nuevo en mi universo con el mismo brillo de cometa de antes, pero ahora con la promesa de no ser una luz de paso, sino permanente.
Todo se ha sucedido de forma vertiginosa. Explotó en el momento que nos besamos la noche del domingo, dejaste el sabor a cítricos en mis labios y una cosa sucedió a la otra.
Pero, ¿qué es lo cinematográfico de todo esto? Tiene tantas pinceladas hollywoodenses que me siento en una sala de cine, a obscuras y con la exhibición en pantalla IMAX, de las escenas cortas y largas que ya hemos pasado.
Si bien el beso, el primer beso, fue magnífico, no puedo dejar de compararnos con Billy Crystal y Meg Ryan en "When Harry met Sally" y todo aquella teoría de la evolución de las relaciones entre hombre y mujer a lo largo del tiempo.
Ok. No soy Harry. Ni tu Sally. Pero si me recuerdo viéndote diez, doce años atrás por primera ocasión. Aquella en que llegaste a mi universidad invitada por otro amigo.
Creo que cruzamos cinco minutos de conversación. Te vi, me pareciste de mirada distraída, semejante a un pequeño ciervo, que parece que te mira, pero distrae su atención a la menor provocación.
Me gustaste.
Me gustó tu sonrisa. Tu piel blanca. Tu pelo largo. Recuerdo que me llamaron la atención tus manos grandes ("es que practiqué muchos años judo", justificaste), pero por sobre todas las cosas, me quede prendido del atrevimiento que tuviste al pedir la palabra y participar en una clase ajena, de una escuela ajena y con una sarta de desconocidos, para los cuales tu también eras ajena.
Nos despedimos con la promesa de volver a vernos. Eran tiempos en que no era tan común el messenger. Tampoco el celular.
Fueron las referencias dadas por nuestro amigo en común que tuve alguna idea de ti por mucho tiempo.
Igual que con Harry y Sally, teníamos vidas completamente distintas. Suponía que mi destino iba encaminado a una mujer que no eras tu. Supongo que lo mismo pasaba contigo.
Siete años más tarde, en un bar, en el cumpleaños de otro amigo en común fue que volví a hallarte.
Tardé cinco, tal vez diez minutos en recorrer el disco duro de mi memoria para obtener
la certeza de tu identidad.
No me recordabas. Pero tampoco me di por ofendido. Luego de darte los pequeños trozos de nuestros vinculos, sonreíste (de la forma en que tanto me encanta) y dijiste picaronamente "Ya me acordé de ti".
Ahora si hubo intercambio de número de celulares y la promesa de que saldríamos a tomar algo, comer, cenar o sólo al cine.
Y efectivamente sucedió, sólo que dos años más tarde...

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Portabas un suéter rojo. Llevabas el pelo suelto. Fue una cita casual en el restaurante Vips de San Jerónimo. Llegué tarde, por lo que entré con paso apresurado y respiración jadeante al área de revistas.
Hola. Dijiste. Y de nuevo estaban ahí: tus ojos de ciervo y tu sonrisa de mi gusto eterno.
Acababas de llegar de Argentina. Mucho del rollo de la plática giro en torno a tu experiencia en el viaje. Estabas con ganas de restablecerte en México y hallar estabilidad laboral.
Platicamos de mi trabajo. Del tormento de mis cierres y el alto costo de la "fama periodística".
La cena, las horas, la platica se fueron tan rápido que fuimos los últimos en abandonar el restaurante. Te lleve a tu casa. Hice una pausa en la que pensé que te iba a poder expresar que tu sonrisa me fascinaba desde siete años antes. Pero no.
Me quedé con mi declaratoria en la punta de la lengua. Te bajaste de mi coche, quedó la promesa de (ahora si) vernos pronto.
Y te fuiste.
Ahora a Estados Unidos.
Y por un año más de mi destino...

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El sol hizo que el claro de tu pelo te hiciera brillar aun más. Ahora fue Ciudad Universitaria el lugar en que acordamos vernos. Era lunes. De aquellos miserables inicios de semana en que descansaba y vi en tu afirmativa para encontrarnos como un bendito oasis a mis poco agradables días de ocio.

El tema volvió a ser la crónica de tus viajes. La comida texana, la sociedad estadunidense, los malls en San Antonio.
Sentados en el pasto de rectoría, agradecí tu sencillez al aceptar que pasáramos ahí tres horas de platica, antes de irnos a ver a Jonnhy Deep al cine.
Cuando salimos de la función, en la despedida y con el velo nocturno por testigo, fue que tuve el primer impulso de besarte.
Sentí que ibas a aceptarme, pero sólo sonreímos, nos separamos, quedando (de nuevo) la promesa de vernos pronto...
Cita, que en tal ocasión tardó en cumplirse año y medio más...

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Para aquellas personas que no han saboreado lo inesperado, podrá parecer exagerado, pero sin duda que no hay nada mejor que sentir en los labios la pócima de la sorpresa.
Así fue como quedo el acuerdo de citarnos. De darnos el abrazo del recuentro y de las ganas que seguían vivas en mi interior de besarte.
Lo que se se ha desatado después sólo puedo describirlo como un relato color rosa pastel. De sentir mariposas en el estómago de la forma en que creí que nunca iba a volver a experimentar.
De besar y besar por horas y horas, loco por el dulce de tu sabor.
De no poder soltarte luego de un abrazo.
Y de querer llenar todas tus dudas con mis certezas.


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Hemos platicado:
- Te adoro- susurré, sin habérmelo propuesto.
- Es muy rápido- replicaste.
- No puedo controlar al mundo, tampoco a lo que me dicte el sentimiento. Por eso te lo digo.
- No prometas lo que no podrás cumplir. Eso lo dicen todos.
- Las promesas que nacen del corazón, por esa mera naturaleza, siempre serán sinceras, pese a que el destino después no permita cumplirlas.


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Y no. No eres Sally. Ni yo Harry. No tengo la seguridad de cómo acabara esta película. Pero lo estoy disfrutando mucho.
Gracias...

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