viernes, 26 de enero de 2007

El lado obscuro del corazón de El Poncho

Uno de los máximo placeres en la vida de El Poncho es el cine.
Y su película preferida lleva por título "El lado obscuro del corazón", filmada por el director argentino Eliseo Subiela en 1992.


El Poncho recuerda que la vió por primera ocasión en su tiempo de estudiante de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en una función llena hasta el tope.


Recuerda, también, que dos escenas le impactaron y marcaron mucho de su pensamiento en la vida: la primera, aquella en la que Oliverio, el protagonista, se saca el corazón, tras desnudarse frente a Ana, la prostituta de la que está enamorado, en pleno cabaret.


Oliverio extrae el corazón del pecho y se lo presenta a Ana íntegro. Aún palpitando.


La segunda es desarrollada por los mismos personajes y se les presenta en el acto amoroso, el cual llevan a un grado tal, que ambos se elevan, dejan la cama y vuelan por el firmamento estrellado de Montevideo.

Es ese el logro máximo de Oliverio: hallar a su modelo perfecto de mujer. "A la que vuela", como decía él mismo.


El guión de la película está salpicado, nutrido, alimentado, sustentado en poesía. En textos que el Subiela escogió y adaptó de manera impecable a los momentos de la trama, complementados con música que encaja perfectamente.


Textos de Mario Benedetti, Oliverio Girondo y Juan Gelman son citados, y los cuales se convirtieron en muchos de los favoritos de El Poncho.


Es por eso, que el administrador de este blog publicará muchos de ellos a lo largo de su existencia.

El estado de ánimo será quien dicte el orden de aparición.
Amor
Desamor
Alegría
Tristeza
Pasión
Despecho

En conjunto, los sentimientos que los nutren.



Espantapájaros 18

(Oliverio Girondo)

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.

Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando.

Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuies y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.

Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca.

Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

sábado, 20 de enero de 2007

La tía Margarita

A Margarita Mancilla Chávez,
fallecida el viernes 19 de enero en
Los Ángeles, California, atropellada
por una imprudente mujer



A la tía Margarita no se le veía llegar. En realidad se le sentía, o en todo caso, se le olía llegar a algún sitio.

Menudita y de piel morena, la tía Margarita llegó al mundo como la mayor de cuatro hermanos en una familia avecindada en la populosa colonia Guerrero, en los años del México en blanco y negro. Con las estampas y personajes de Los Miserables de Buñuel como escenografía.

Desde niña, mostró un sexto sentido. Una suerte de destino místico, el cual le llevó a ambicionar convertirse en monja durante su adolescencia.

Sabedora, quizás, de que su ruta por la vida tendría que ser por el camino más empedrado, la tía se enamoró pérdidamente de un militar. Siendo un hombre recio, machista y materialista, el tío Raúl se encargó de ser la cruz que "Maguito" cargaría durante casi 60 años de matrimonio.

No conforme con ello, la vida tuvo a bien jugarle una enorme ironía al matrimonio del recio-macho-militar y la sumisa-espiritual ama de casa: procrear dos hijos homosexuales.

Sabedora de que para afrontar tales dificultades tendría que fortalecer su espiritu, la tía Margarita optó por convertirse al hinduismo. En adelante, se volvió vegetariana y tomó como forma cotidiana de existencia una serie disciplinas que involucraban largas horas de meditación y yoga.

Poco a poco su aspecto se modificó. Interior y exterior. Vestía habitualmente es pecie de túnica y turbante blancos. Usaba un lunar en la frente.

El Poncho aún recuerda que al conocerla, tal vez a los cinco o seis años, le pareció ver un alito de luz, una especie de aura, envolviendo a aquella mujer.

Pero, conforme su adelanto interior se hizo más profundo, las pruebas del destino también recrudecieron. David y Raúl, sus hijos, murieron de SIDA con sólo dos años de diferencia en la época aún era poca la información sobre ese virus.

La tía Margarita solía decir que había tenido la dicha de acompañar a sus dos vástagos en el momento de su muerte, pero que no sólo lo hizo cuando dieron su último suspiro.
"Los acompañé hasta la entrada al círculo de luz", gustaba relatar.

Gracias a sus disciplinas, nunca aparentó la edad que tenía. Su cutis no correspondía al de una anciana. Trabajaba con la energía de una persona 20 años más joven.

El color de sus ojos, parecía comenzar a cambiarse de un negro profundo a café claro.
El tamaño y brillo de su aura hacía que la gente presintiera su llegada antes de poner un pie en su destino.
Olía a gardenias, pese a que hacía años que había renunciado al uso de los perfumes.


Desde tiempo atrás ya sólo se dedicaba al cuidado del veterano-diabético-patético general brigadier de su marido, por lo que su repentina muerte sólo sirvió para dar paso a lo que la tía Margarita ambicionaba desde hacia tiempo: traspasar el círculo de luz...
y unirse a David y Raúl
sus dos adorados hijos.

miércoles, 17 de enero de 2007

Vuelos oníricos

Desde que El Poncho tiene memoria, su sueño más recurrente es que tiene la capacidad de volar.
No "volar" periodísticamente, lo cual seguramente ya hizo en alguna ocasión, sino la referida a la virtud de mezclarse con las nubes, acercarse a las estrellas, ver al mundo desde arriba, chiquitito.
Volar, pero volar bien, tal y como lo hace Superman.
Lo doloroso, y en algunos capítulos gracioso, es que de niño le costó mucho trabajo darse cuenta que esa era sólo una virtud onírica.
Cuando lo intentó a plena luz del día, su madre lo alejó de las azoteas; y cuando se escapaba al ojo vigilante, se dio una docena de sendos golpes desde el descanso de una escalera al piso.
La tarde cuando comprendió que no podía volar, se entristeció mucho, casi tanto como en la ocasión en que le dijeron cuando un niño deja de creer en las hadas, el hada de ese niño muere al instante.
Sin embargo, en las noches nada-ni-nadie le ha impedido volar.
De día.
De noche.
De madrugada.
En el crepúsculo...
Y al amanecer.
Con lluvia.
Con nieve.
Con frío.
Con calor.
Al África.
Al círculo polar ártico.
Volar riendo...
Llorando.
Contento.
Triste.
Por amor
Por tristeza.
Vestido.
Desnudo.
Sólo...
Y acompañado.
Aunque el peso de la realidad le niega toda lógica explicación a su obsesión, El Poncho asegura que guarda como prueba de sus vuelos un pedacito de nube en su gabeta.
Por eso a veces llueve en su recámara.

viernes, 12 de enero de 2007

Esto del escrito inaugural

Arrojado a la tiranía de la edición como parte de su obligación cotidiana en el diarismo deportivo, El Poncho dedicó una de sus 12 uvas del Año Nuevo al propósito de desempolvar el gusto por soñar, maravillarse con el mundo, contar historias, lo cual había hallado un plácido lugar de desarrollo durante sus cinco-casi-seis años de labor reporteril.
Historias de esto, historias de aquello.
Crónicas de lugar, de personajes, de hazañas deportivas.
Su sueño se manterializó gracias a la llave que abrió la puerta del mundo periodístico.
Y sin embargo, cuando decidió inaugurar un blog-tugurio (por aquello de que pueda ser un refugio tan comfortable como el bar Pedro Infante a las cinco de la mañana), El Poncho se topó con que no sabía qué era lo que debía/quería escribir. Que historia contar con aquello de los nervios provocados por el texto inaugural.
Sólo sabe que desea, a través de sus escritos, plasmar lo que viva, lea, escuche, recuerde, invente, disfrute, o sufra de
un libro
una película
una canción
un amigo
un beso que se cuente despacito
una majestuosa venida
la bohemia de la madrugada anterior.
Desea contar sus sueños y volverlos poseía.
Sin más, se lanza a este viaje con/sin retorno...