A Margarita Mancilla Chávez,
fallecida el viernes 19 de enero en
Los Ángeles, California, atropellada
por una imprudente mujer
A la tía Margarita no se le veía llegar. En realidad se le sentía, o en todo caso, se le olía llegar a algún sitio.
Menudita y de piel morena, la tía Margarita llegó al mundo como la mayor de cuatro hermanos en una familia avecindada en la populosa colonia Guerrero, en los años del México en blanco y negro. Con las estampas y personajes de Los Miserables de Buñuel como escenografía.
Desde niña, mostró un sexto sentido. Una suerte de destino místico, el cual le llevó a ambicionar convertirse en monja durante su adolescencia.
Sabedora, quizás, de que su ruta por la vida tendría que ser por el camino más empedrado, la tía se enamoró pérdidamente de un militar. Siendo un hombre recio, machista y materialista, el tío Raúl se encargó de ser la cruz que "Maguito" cargaría durante casi 60 años de matrimonio.
No conforme con ello, la vida tuvo a bien jugarle una enorme ironía al matrimonio del recio-macho-militar y la sumisa-espiritual ama de casa: procrear dos hijos homosexuales.
Sabedora de que para afrontar tales dificultades tendría que fortalecer su espiritu, la tía Margarita optó por convertirse al hinduismo. En adelante, se volvió vegetariana y tomó como forma cotidiana de existencia una serie disciplinas que involucraban largas horas de meditación y yoga.
Poco a poco su aspecto se modificó. Interior y exterior. Vestía habitualmente es pecie de túnica y turbante blancos. Usaba un lunar en la frente.
El Poncho aún recuerda que al conocerla, tal vez a los cinco o seis años, le pareció ver un alito de luz, una especie de aura, envolviendo a aquella mujer.
Pero, conforme su adelanto interior se hizo más profundo, las pruebas del destino también recrudecieron. David y Raúl, sus hijos, murieron de SIDA con sólo dos años de diferencia en la época aún era poca la información sobre ese virus.
La tía Margarita solía decir que había tenido la dicha de acompañar a sus dos vástagos en el momento de su muerte, pero que no sólo lo hizo cuando dieron su último suspiro.
"Los acompañé hasta la entrada al círculo de luz", gustaba relatar.
Gracias a sus disciplinas, nunca aparentó la edad que tenía. Su cutis no correspondía al de una anciana. Trabajaba con la energía de una persona 20 años más joven.
El color de sus ojos, parecía comenzar a cambiarse de un negro profundo a café claro.
El tamaño y brillo de su aura hacía que la gente presintiera su llegada antes de poner un pie en su destino.
Olía a gardenias, pese a que hacía años que había renunciado al uso de los perfumes.
Desde tiempo atrás ya sólo se dedicaba al cuidado del veterano-diabético-patético general brigadier de su marido, por lo que su repentina muerte sólo sirvió para dar paso a lo que la tía Margarita ambicionaba desde hacia tiempo: traspasar el círculo de luz...
y unirse a David y Raúl
sus dos adorados hijos.
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